martes, 2 de diciembre de 2008

ENTREVISTA A GERARDO CAETANO



Hay una "inflación cultural y política" del rol de los tupamaros en
la historia reciente, y se desdeña el papel de los comunistas.
entrevista de Ernesto Tulbovitz - Extraído de Búsqueda

Existe una "inflación cultural y política" del peso que tuvo el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) en la historia reciente, que contrasta con el desconocimiento del rol que tuvo el Partido Comunista del Uruguay (PCU), afirmó el historiador e investigador del Instituto de Ciencia Política Gerardo Caetano. De hecho, consideró que junto con la Iglesia Católica el PCU fue el mayor "bastión" de resistencia a la dictadura (1973-1985). Lo que sigue es un resumen de la entrevista que Caetano mantuvo con Búsqueda.

Luego de revisar los archivos de Inteligencia Policial, usted afirmó que uno de los objetivos de la dictadura era destruir al PCU. ¿Cuál es la base de esa afirmación?
—Cuando puedan consultarse en forma amplia los archivos de la represión —lo que espero que ocurra pronto y en forma sistemática, consistente y con plenas garantías para todos— se podrá confirmar a cabalidad eso. Como es sabido, las dictaduras de la Seguridad Nacional en América Latina estaban inspiradas en un profundo anticomunismo. Ello formaba parte de un posicionamiento global en el marco de la Guerra Fría y sus prolongaciones en la región, en el que la lógica de combate focalizaba la idea genérica del enemigo hacia una noción vaga de "comunismo", categoría en la que por cierto entraba de todo. Por cierto que los represores uruguayos, por ejemplo, discernían con claridad entre "tupamaros" y "comunistas", pero su obsesión anticomunista los hacía ver comunistas en todo lo que "oliera" a izquierda. Por ejemplo, los militares uruguayos creyeron todo el tiempo que Seregni era un "comunista" oculto. Y por cierto, entre los objetivos no sólo políticos sino también ideológicos de la dictadura uruguaya estuvo la de destruir para siempre a la "izquierda" en general, con particular énfasis en aquellos que tan genéricamente llamaban "comunistas".

Desde 1985 se han escrito decenas de libros, muchos autobiográficos, y se han hecho películas que refieren a una "gesta" sobre el MLN. Sobre la base de lo que usted afirma, ¿cree que existe un relato histórico en el cual los tupamaros son los únicos o los más grandes protagonistas de la historia de la izquierda?

—Ha habido y todavía hay, aunque creo que en declive, una suerte de "inflación" cultural y política en torno al peso histórico del MLN en la historia uruguaya más o menos reciente. Y ello se correlaciona con la omisión o la subvaloración de otros protagonismos, por cierto no sólo en la izquierda. Por cierto que ello tiene más que ver con la lucha política que con evaluaciones históricas sustentadas en acumulaciones de investigaciones fuertes. Si miramos en ese territorio vago pero reconocible de las izquierdas, contrasta en verdad y mucho lo que ocurre por ejemplo en la tan disímil recuperación de las memorias del MLN y del PCU.

—¿Por qué piensa que esto es así?
—En primer lugar, los tupamaros han hablado más de su historia, la han tratado de recuperar y proyectar en clave de "gesta", como usted dice. Los comunistas, en contrapartida, en general no hablan de su historia, a veces pareciera que hasta la desconocen. Aunque obviamente hay honrosas excepciones, la asimetría de testimonios es gigantesca. Y ello tiene que ver mucho con el valor que unos y otros otorgan al relato, a la construcción de historias y de épica como instrumento de la lucha política, al balance entre el peso de las ideas y el de las peripecias humanas. El sesgo excesivamente ideologizante del discurso y de la praxis del PCU, esa noción casi teleológica de que la aventura de los comunistas uruguayos era apenas el engranaje local de una peripecia universal casi inevitable, llevó a los comunistas a pensarse sobre todo como formando parte de "una historia de ideas", cuando en realidad formaban parte de una muy costosa y luchada "historia de ideas y de hombres".

En función de su lectura, ¿percibe que se desdeña el rol del PCU en la historia reciente?
—En efecto, así lo creo. Y mirar en clave histórica y sin prejuicios de índole alguna el rol efectivo del PCU en los últimos 50 años de la vida del país, muy especialmente durante los años de la dictadura, permite registrar esto con claridad. Nunca hay que borrar huellas, la exigencia de memoria y verdad tiene que ser una máxima universal, válida para todo y para todos, aunque duela. Toda historia colectiva es una trama de claros y oscuros. Por cierto que el PCU los tiene y grandes, tanto en su trayectoria local como en su acción y en su visión internacional, en donde el seguidismo con la URSS fue muy firme (recordemos por ejemplo su actitud hace 40 años cuando la invasión soviética a Checoeslovaquia). Pero también en su trayectoria radica una historia cargada de aportes muy valiosos y rescatables. Y también analizando los archivos podrá confirmarse que, en el marco de una resistencia antidictatorial sin duda plural y en la que los protagonismos fueron muchos y no admiten visiones monopolistas o excluyentes, el bastión de mayor peso en la resistencia a lo largo de todo el período fue el PCU. Y el segundo me animaría a decir que fue la Iglesia Católica, en tanto refugio de perseguidos y ámbito hospitalario para acciones y búsquedas alternativas. Y no es casual que así haya sido. En medio de una represión muy agobiante y efectiva en su lógica comisarial, sobre todo en los años más duros (entre el '75 y el '80), era lógico que instituciones tan diferentes pero con el continente común de redes organizativas sólidas, pudieran ser las más efectivas en las acciones de resistencia. Curiosamente esas historias no tan tenido tanta suerte épica como otras. Sin duda que allí hay una ausencia.

Dos semanas atrás usted habló en un homenaje a Rodney Arismendi. ¿Qué valoración hace de su papel en la historia nacional?
—Fue el gran referente en la construcción de ese momento central en la historia del PCU. Tal vez por eso mismo su figura aún hoy genera polémicas. Realmente no creo que su aporte como teórico sea su contribución más importante. No creo en verdad que allí haya sido un renovador. Tampoco en su visión internacional sobre el rol de la URSS, en la que fue un ortodoxo. Sí lo veo como uno de los dirigentes políticos uruguayos más talentosos y exitosos entre la década de los cincuenta y su muerte, ocurrida tan simbólicamente en diciembre de 1989, cuando "su mundo" se caía con el Muro de Berlín pero el PCU obtenía con "Democracia Avanzada" la mejor votación de su historia, con casi un 10% del electorado.

—¿Por qué usted, que en forma explícita ha rechazado propuestas de involucramiento en la política partidaria y que nunca fue comunista, se detiene hoy en este tema?
—Como historiador de la política, me interesa mucho el tema de las tradiciones cívicas, sobre todo de aquellas opacadas, confundidas o dispersas. Por eso es que ahora estoy trabajando con pasión y mucho interés en el estudio del legado persistente de "los batllismos" (en plural) o del "wilsonismo". Es ese mismo interés y esa vocación los que me llevan a interesarme también en esa tradición olvidada de los "innombrables" comunistas. He visto una documentación abrumadora que prueba el peso histórico de su legado. Pero puedo decirle que esa recuperación de la memoria comunista también me parece válida en términos netamente ciudadanos, sin espíritu alguno de bandería o de partidismo, que nada tienen que ver con mis empeños como investigador.

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